El cuaderno de

Teupa

Mañungo en Teupa

La sinuosidad del camino va dibujando la disposición de las construcciones de Teupa. Uno se podría imaginar que, paralelo al camino, va avanzando un tren, en el cual la locomotora es la iglesia y detrás lleva a remolque cada una de las casitas que representan las tumbas del camposanto.

 

Mapa del archipiélago de Chiloé.

Un pueblo lineal, que va replicando las curvas propias de la geografía del lugar. Todo es incesantemente verde. Pero nunca el verde es el mismo. Se despliegan matices diferentes a cada paso, como si la naturaleza no se cansara de inventar.
Lo mismo que ocurre en el resto del archipiélago, es difícil saber si en Teupa es el mar el que va escudriñando la tierra o es la tierra la que se adentra irrespetuosamente en el agua.


Doña Tita

Teupa es un remanso, como tantos en el archipiélago. Un maravilloso territorio que en tan poco contiene tanto. La señora Tita Bañares no quiere desprenderse de sus raíces y se conforma con mantener lo que su madre fue atesorando en el curso de su vida. Ama todo lo que tiene, porque proviene de su madre y de su familia. Ha llegado el momento de instalarse nuevamente donde siempre han estado sus raíces. Y en este empeño, no está sola. Le acompaña Carlos Baeza, su marido, quien ahora remodela la casa que fuera de su madre Adelicia.

Don Carlos va trabajando paso a paso, con parsimonia de hombre sin compromisos, los muchos detalles de cada una de las habitaciones de la vetusta casa. No le importa demorarse el resto de su vida, porque nadie le apremia.

Yo me detengo a mirar lo que hace. Los entablados, los marcos de las ventanas, los ornamentos. Todo está trabajado con una dedicación abnegada, como si se tratara de satisfacer el encargo de un rey. Dice que está contento de hacer lo que hace. Siente como si se estuviera edificando la casa por primera vez.

 

Esta etapa de su vida la disfruta y para él es la materialización del sueño compartido con doña Tita: abrazarse al terruño en el que, en años pasados, forjaron una familia.

En los alrededores de la casa, más de cuarenta y cinco hectáreas esperan ser trabajadas. Mientras tanto, todo es silvestre, rústico, como si la naturaleza estuviera todavía virgen.

-Luego llegarán manos amorosas para cultivarla -dice la señora Tita.

Metros más allá hay una cocina-fogón, ya derruida.

-En esa pieza a mí me parieron -dice, orgullosa-. ¿Cómo no voy a amar todo esto? La idea es restaurar lo que podamos, con nuestras fuerzas de hoy.

En esa vastedad caminan las ovejas, el ganado cabrío, perros, gatos. A su manera, han ido encontrando su propio espacio.

 

 

Hemos ido juntos al cementerio, que colinda con sus propios terrenos. Desde la casa que era de su madre, por la única calle de Teupa. Pasamos junto a explanada y por el costado de la iglesia. Al final, una pequeña puerta que permite el acceso. Caminamos entre los estrechos pasillos y las flores plásticas.

-Es como si mi madre siguiera aún en el patio de nuestra casa -dice, a modo de consuelo.

Una siembra de casas pequeñas, muy próximas entre sí, cubren gran parte de la extensión del camposanto. Cada una de esas casitas marca una tumba.

Allí tiene a su madre, doña Adelicia Mansilla, que falleció hace once años.

Estamos frente a la tumba, que la propia difunta mandó a construir doce años antes de su muerte.

Doña Tita no quiere alejarse de su madre y por eso tiene reservado el espacio junto a su tumba. Algún día ella será sepultada allí.

-Es como si hubiese sido ayer -me dice, sin contener las lágrimas. Cuando ya se calma, me cuenta que viene diariamente a hablar con su madre y le enciende la vela en la misma palmatoria que ella usaba en su velador. La tumba es, para doña Tita, como su segunda casa. Allí encuentra respuestas a sus dudas, conformidad cuando tiene pena, compañía si su alma se siente sola.

 
 

-Puedo seguir haciendo mi vida gracias a ella -dice-. Y todo lo que hago por los demás, lo hago en nombre de ella. Mi madre me enseñó todo. Era bondadosa y solidaria. Cada vez que ordeñaba las vacas repartía la leche entre los vecinos que lo necesitaban. Era el momento del desayuno. A mí me tocaba ordeñar y luego repartir.

Un recorrido desde su casa al cementerio de Teupa junto a doña Tita.

 


Rafaela

La semilla de Teupa está floreciendo. Existen niños y niñas aún. Muy pocos, pero son una esperanza para la localidad. Aunque no sería extraño que, cuando sean mayores, deban emigrar.

Con Rafaela, original de Punta Arenas, recorro la escuela rural de Teupa, localizada a escasa distancia de la iglesia y del cementerio, a un costado del mismo camino.

En esta escuela son siete los niños en total. Todos se sientan en una misma sala, donde cada uno recibe educación diferenciada. Los más grandes tienen el deber de acompañar a los más pequeños en los estudios. Pero durante el recreo las diferencias de edad parecen no importar.

Si hace frío o si está lloviendo, pueden quedarse bajo techo y cerca de la estufa siempre encendida. Para pasar el tiempo tienen un par de salitas, un espacio común y una cocina. El espacio común es sala de juegos, de reuniones y comedor, todo al mismo tiempo.

Con Rafaela conozco a algunos de sus compañeros y amigas. Muchos de ellos vienen de lejos, acompañando a sus padres que visitan o se quedan en Teupa por distintos motivos. Hay hijos de artistas, hijas de ingenieros y otros tantos que están aquí solo por querer vivir en un lugar calmo y sereno.

 

Un rápido recorrido por la escuela de Teupa.

 
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Don Ramiro

En la iglesia está el fiscal Ramiro Barría, con treinta y cinco años de experiencia en el oficio. Lo hace con devoción. Lo conozco desde que fue nombrado. Me recuerda que la iglesia se construyó hace ciento veinte años. Aunque sé que exagera, prefiero no contradecirle, porque tampoco tengo pruebas del año de construcción.

Ramiro siente que el apoyo de la comunidad es cada vez menor y que, por distintas razones, se han ido alejando de la iglesia. Antes la participación era activa y espontánea.

-Por lo menos, para la fiesta patronal, el 31 de julio, vienen todos los vecinos y unos cuantos visitantes -me dice-. Ya sabes, es el día especial, en que celebramos a la Patrona, Nuestra Señora del Carmen.

-Se ve cómo la madera se ha ido envejeciendo -me indica-. La madera hay que tratarla para mantenerla por más tiempo. Las tejuelas están gastadas. Ahora son láminas delgadas, muy vulnerables.

-Eso siempre ha ocurrido -le confirmo-. Contra el paso del tiempo no tenemos nada que hacer.

-Al final, las va deshaciendo, sobre todo las que están más expuestas y donde el viento sopla más fuerte -me precisa-. Cuando la lluvia es torrencial se estrella en las tejuelas y las deshace.

Saca cuentas de que han pasado muchos carpinteros por la iglesia. Pero ninguno como mi amigo Juan Barría, con el cual he compartido varios trabajos.

-Juan es increíble -refuerza, con entusiasmo-. Él estuvo a cargo de la penúltima obra de restauración. Aquí formó una verdadera escuela. Les enseñaba todos los secretos que él conocía y después de varias clases les daba un certificado. No les pagaba, pero esa era la manera de reconocer el buen trabajo que habían realizado.

Corte longitudinal iglesia Teupa.

Adentro todo está muy cuidado. La decoración es obra de la comunidad, con las ideas de todos. Las primitivas guirnaldas de avellano se han terminado por reemplazar por las actuales de plásticas.

-Parece que se olvidan que ésta es una iglesia rústica, trabajada con hacha y azuela -recuerda don Ramiro-. Y hay que respetarla así, tal como es, un poco tosca.

Me muestra la imaginería y los santos que dan vida al interior y que representan el misticismo y la fe. Y me va mostrando, una a una, las imágenes. La más importante es la Virgen del Carmen, que ya tiene unos cien años y se ha restaurado unas tres veces. Luego está el Nazareno crucificado, Teresita de los Andes, la Virgen María. El Mes de María es otra de las tradiciones que ha desaparecido. En el otro costado, San Antonio, la Virgen del Carmen y Nuestra Señora del Rosario, que han sido donados por los fieles -me señala hacia los pedestales de enfrente.

 

Una visita al interior de la torre de la iglesia de Teupa.

 
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~ abrir los 12 cuadernos

la grandeza de las 12 pequeñas iglesias